Capítulo 1: Encuentro en la Taberna
El Bullicio de la "Canción de la Luna Plateada"
La taberna "Canción de la Luna Plateada" es el lugar más concurrido de este pequeño pueblo. Acababa de anochecer y los transeúntes de la calle acudían en masa, buscando algo de beber y algo de entretenimiento. El interior de la taberna está brillantemente iluminado, con innumerables piezas disecadas y armas antiguas colgadas en las paredes. Los candelabros del techo titilan con un cálido resplandor. Junto con las voces animadas y el tintineo de las copas, la atmósfera se impregna del aroma de la vida cotidiana.
Se oyen conversaciones tranquilas desde las salas privadas del segundo piso, mientras que el centro del primer piso alberga una espaciosa sala de espectáculos. Un joven bardo está allí, observando al público con una sonrisa confiada. En sus manos, sostiene un arpa antigua, cuyas cuerdas brillan suavemente con un brillo plateado a la luz del fuego, como si contara innumerables historias conmovedoras.
Ian rozó suavemente las cuerdas, y la melodiosa melodía capturó al instante la atención de todos. El ruido disminuyó gradualmente y todas las miradas se centran en el joven intérprete. Su atuendo era sencillo pero elegante; su camisa de lino ondeaba ligeramente con el viento, dándole la apariencia de una golondrina en pleno vuelo libre. Sus ojos, de un ámbar claro, parecían capaces de ver en las profundidades del alma de cada persona.
"El poema de esta noche los transportará a una antigua leyenda"
La voz de Ian era suave, pero cada palabra era clara, con un magnetismo embriagador.
"Es la historia del Rey Dragón Negro..."
El Canto de la Leyenda del Dragón Negro
Los dedos de Ian acariciaron suavemente las cuerdas, y la melodía fluyó como ondas de agua, envolviendo toda la taberna en una atmósfera encantadora. Su voz resonó con el piano, baja y suave, como si estuviera revelando un secreto milenario al oído.
"En un continente lejano y oscuro, donde las montañas se alzan majestuosas y los páramos son infinitos, se extienden los cielos más oscuros, donde las estrellas no se atreven a embellecerlos."
"Fran, el Rey Dragón Negro, duerme en la cima de las montañas bajo el viento frío, sus alas ocultando el sol, su ira abrasando montañas y ríos."
La canción de Ian describió pintorescamente la majestuosidad del Rey Dragón Negro; su tono cambia de un murmullo bajo a un crescendo apasionado, desvelando gradualmente la historia de Fran ante el público.
"Pero la leyenda dice que el Rey Dragón Negro no nació tirano. Una vez tomó forma humana, compartiendo momentos felices con su tribu. Su gente lo veneraba, sus hermanos lo apoyaron, pero su corazón estaba atado por un pasado trágico."
El arpa de Ian gradualmente adquirió un tono triste, como si expresara un dolor indescriptible. Su mirada recorrió suavemente al público, y todos contuvieron la respiración, esperando descubrir la verdad tras esta leyenda.
Fue una guerra sin registro, donde la sangre y el fuego cubrieron todo el continente.
Los parientes y amigos más queridos del Rey Dragón Negro quedaron reducidos a polvo en esta catástrofe.
Él mismo los enterró con sus propias manos, y desde entonces se retiró a la cima de la montaña, construyendo un muro de soledad e indiferencia a su alrededor.
El piano se detuvo abruptamente, la voz de Ian tan baja e inaudible en las últimas palabras:
"¿Sigue vigilando? ¿O ha sido olvidado en el largo río del tiempo?"
La taberna se sumió en un silencio sepulcral, todos inmersos en la atmósfera creada por el poema. Un momento después, los aplausos estallaron como una marea. Algunos incluso derramaron lágrimas, susurrando:
"Tan hermoso... Tan cierto..."
La Conmoción de Fran
En una sala privada del segundo piso, Fran estaba sentado en silencio, con el rostro inexpresivo, pero su corazón latía con fuerza.
¿Cómo podía ese bardo describir su historia con tanto realismo? Esos recuerdos ocultos, esos fragmentos de sangre y fuego, el dolor indescriptible en la profunda noche... cada detalle era exactamente como se describe en el poema.
Fran apretó su copa, su mirada se desvió por encima de la barandilla del balcón hacia el joven artista. El hombre rió suavemente, guardó su arpa y se dirigió al público, comenzando a aceptar propinas una por una.
"¿Quién es?"
Le susurró Fran a su asistente, con un dejo de incertidumbre en la voz.
El asistente susurró:
"Solo un bardo errante de un pequeño pueblo del sur. No parece saber mucho de tu verdadera historia; sus poemas se basan principalmente en rumores e imaginación".
Fran asintió, pero su corazón seguía lleno de dudas. No podía explicar por qué esa canción le traía una sensación de paz perdida hacía mucho tiempo, como si las heridas que habían permanecido sin sanar fueran suavemente curadas por un cálido resplandor.
Una Propina Asombrosa
Ian se acercó a la puerta del balcón de Fran, con el sombrero de viajero en la mano. Hizo una ligera reverencia y dijo con una sonrisa:
"Señor, ¿qué le pareció la actuación de esta noche?".
Fran miró al joven frente a él; sus claros ojos ámbar brillaban con sinceridad y un dejo de fatiga. Con calma, sacó una bolsa de monedas de oro de su pecho y las colocó con cuidado en el sombrero de Ian.
"Cantaste muy bien"
Su voz era profunda y tranquila, con un toque de autoridad.
Ian bajó la mano de repente y miró hacia abajo confundido, con los ojos brillantes de asombro. La base del sombrero relucía con oro, y al menos veinte monedas de oro yacían allí tranquilamente.
"¡Esto... esto es demasiado!"
Ian miró a Fran, su expresión llena de duda.
"Creo que vale la pena" dijo Fran simplemente, con las comisuras de los labios ligeramente curvadas, revelando una leve sonrisa.
Ian negó con la cabeza, diciendo vacilante:
"Pero solo soy un bardo común. Me temo que no puedo devolver un regalo tan generoso".
La sonrisa de Fran se ensanchó.
"En ese caso, tengo una sugerencia. ¿Qué te parece si actúas en mi pequeña reunión mañana por la noche como muestra de tu gratitud?"
Ian pensó un momento y asintió.
"Está bien, entonces aceptaré humildemente. Pero, ¿cómo debo llamarle?"
"Fran."
Ian hizo una pausa y luego sonrió.
"Bueno, Sr. Fran, nos vemos mañana por la noche."
Fuera de la taberna, la brisa nocturna soplaba suavemente. La figura de Ian desapareció gradualmente al final de la calle. Fran permaneció de pie junto a la ventana, viéndolo alejarse, con los ojos llenos de una emoción indescriptible.
"Esta reunión parece que será mucho más interesante de lo que imaginé", murmuró Fran para sí mismo, con una sonrisa significativa en la comisura de su boca.
A altas horas de la noche, después del encuentro en la taberna
La noche se había profundizado, y la calle fuera de la taberna se había vuelto desierta; solo algunas luces ocasionales se filtraban por las ventanas, proyectando suaves sombras en el suelo. Ian caminaba por la calle adoquinada, sosteniendo su arpa. La fresca brisa nocturna le alborotaba el cabello de la frente, trayendo consigo la tranquilidad después del ajetreo del día.
Sus pasos eran rápidos, pero su corazón estaba un poco confundido. Estaba sorprendido y curioso por las monedas de oro y la invitación que le había dado el cliente llamado Fran. Disminuyó el paso, mirando las pesadas monedas de oro en su sombrero y murmuró para sí:
"¿Quién es este tipo? Tan generoso con el dinero, pero sin mostrar la menor ostentación..."
Giró la cabeza y miró hacia la taberna. Estaba tranquila, solo una luz entraba por una ventana del segundo piso. Ian sonrió, negó con la cabeza y dejó atrás sus dudas por el momento. Caminó hasta el final de la calle, donde se alojaba esa noche en el pequeño hotel.
La Reflexión de Fran
Esa misma noche, en una habitación privada del segundo piso de la Canción de la Luna Plateada, Fran se quedó solo junto a la ventana, observando cómo Ian desaparecía calle abajo. Sus dedos tamborileaban suavemente sobre el marco de la ventana; sus ojos se llenaron de una reflexión y una sutil dulzura.
"Ian Wade", susurró, percibiendo un ritmo extraño en esas sencillas palabras. Esos ojos ámbar, esa sonrisa cálida pero ligeramente melancólica, se repetían una y otra vez en la mente de Fran.
"Maestro, parece estar de buen humor esta noche" dijo con cautela el asistente a su lado, rompiendo el silencio.
"¿Buen humor?" Fran se giró para mirarlo, sonriendo levemente, "Tal vez. Hacía mucho tiempo que nada en este mundo me interesaba de verdad."
El asistente bajó la cabeza en silencio, pero en su interior crecía una creciente curiosidad por el bardo. Había servido a Fran durante muchos años, pero rara vez había visto al joven maestro mostrar tanta preocupación por un desconocido.
[...]
Cuando Ian regresó a la posada por la noche, las luces del vestíbulo se habían atenuado, y solo una lámpara de aceite detrás del mostrador seguía encendida. La casera estaba sentada tras el mostrador, dormitando. Ian se acercó en silencio, dejó unas monedas de cobre sobre el mostrador y dijo con amabilidad:
"La tarifa de la habitación de esta noche"
La casera, soñolienta, levantó la vista y le sonrió.
"Gracias por su esfuerzo, joven. He oído que su actuación volvió a cautivar a toda la taberna".
Ian sonrió y asintió.
"Gracias por el cumplido. Solo me estaban dando cara."
Dicho esto, subió las escaleras con su arpa, abrió la puerta de su habitación, y un ligero aroma a madera lo recibió. La habitación era sencilla, pero limpia y ordenada. Ian colocó el arpa con cuidado sobre la mesa, se sentó en el borde de la cama y empezó a revisar el dinero de su sombrero.
Cuando la pila de monedas de oro apareció ante él, no pudo evitar quedarse atónito de nuevo. Era suficiente para mantenerse en este pequeño pueblo durante varios meses, quizás incluso más.
"Fran... ¿qué clase de hombre es?". Ian murmuró, con un atisbo de confusión e indagación en sus ojos ámbar. Guardó las monedas de oro en su bolsa de tela, se quitó el amuleto de plata del cuello, se tumbó en la cama y cerró los ojos.
Una invitación matutina
A la mañana siguiente, Ian disfrutaba del desayuno en el vestíbulo del hotel cuando la casera se acercó y le entregó una carta.
"Acaban de entregarla", dijo la casera con una sonrisa. "Parece que es de alguien que estuvo ayer en la taberna".
Ian tomó la carta. El sobre no estaba firmado, pero la letra era hermosa y fluida. La abrió, revelando una exquisita invitación a una fiesta en un restaurante de lujo de la ciudad esa noche. La firma era "Fran".
Miró la invitación y una sonrisa involuntaria curvó sus labios.
"Parece que este Sr. Fran está muy interesado en mi actuación", murmuró Ian para sí mismo, guardando la invitación en su pecho, con una secreta anticipación por su reencuentro de esa noche.
Nota de traductor:
給面子 (gěi miànzi): Es una expresión cultural que significa "dar cara" o "mostrar respeto". Implica que los demás te tratan bien o te apoyan por cortesía o por darle importancia a tu persona, no necesariamente porque seas excepcionalmente bueno.

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